Y estaba la playa de apenas unos
tres o cuatro centímetros, tan pequeña que
resulta casi imposible percatarse de su existencia, y estaba el agua
helada, y ella como en una de las conocidas “relaciones prohibidas” le hacía el
amor a la arena que impávida solo esperaba la llegada de su amor, la ola
tardaba menos de un segundo, alrededor
solo de testigos los arboles de papel, eran como sus amantes y se sumergían en
secreto en sus aguas con la esperanza de recibir un poco de esa pasión helada y un pequeño beso gélido, esta es la Toreadora una de las 235 lagunas del Cajas, ubicada a 33 kilómetros
de la ciudad de Cuenca.
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Foto: Jessica Pesantez |
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Foto: Jessica Pesantez |
Caminar por su sendero no es nada más
que un regalo de vida, frío oxigeno
invade los pulmones, solo se respira olor
a chuquiragua, frailejones; el aire de
los árboles de papel incitan a encender una fogata interna en lo más alto
del farallón, en donde de vuelo firme y
un impactante color naranja en su cabeza, cuerpo y alas negras con unas
puras plumas blancas, va a lo más alto, regresa por lo más bajo, surca
la roca, abraza la paja, pasa en frente, mira y con un elegante desplante
muestra su esbelta cola como pidiendo a los ajenos se marchen de su territorio.
Es el aguilucho protegiendo lo suyo.
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Foto: Internet |
El piso lodoso tan negro como el alma
de los condenados, esconde unos cuantos campanarios, en cada planta entre cinco y seis
flores rojas con amarillo acampanadas, que al parecer hoy no repicaran por el
frío, el mismo viento helado golpea las escasas flores de “tauri” que se
esconden en su color morado para disimular la mala pasada que les juega el
clima. De seguro también caminan a la hipotermia, por eso el tono violeta y la
presencia de pocas. Da la sensación que ya se acostumbraron a vivir en el lugar
mas frío de Cuenca.
El sendero continua, dos árboles
llenos de líquenes abren camino hacia el colchón mas tentador del mundo, por lo
menos tres metros de musgo con un color amarillo verdoso llaman a recostarse y
perderse en un sueño infinito, y a otros cuantos con sus pequeñas gotas de rocío
que en realidad son las que impiden acomodarse en el, les incita a agacharse y
beber de su agua, aquella a la que ese colchón de humedad abre sus brazos y es
a la única que permite se le filtre hasta lo más profundo de sus raíces.
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Foto: Jessica Pesantez |
De seguro se enamoró y se quedó allí
hasta congelarse en un encanto infinito, si justo allí aparece el “hada encantada”
, ojos grandes y turquesas, cuerpo delgado con anillos negros y grises, alas transparentes desplegadas, fea pero sobre
todo bella, posada sobre un árbol seco de viejo pero no de sed, gotas de
cristal firmes acarician el terciopelo de sus alas, parece que se ve a través
de ellas la roca, los musgos, los líquenes y sobre todo el pasado, esa niñez de “hadas mágicas”.
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Foto: Jessica Pesantez |
.El ruido del agua que cae entre piedras advierte la presencia de una cascada, atravesada por una especie de serpiente que resulta ser el tronco de un árbol de papel haciendo reverencia y humedeciendo sus hojas para que no pierdan su verdor. Cristalina, espumosa y presurosa corre a su destino final, ser parte de “La Toredaora”, cae desde la roca, y pocos metros antes de abrazar la laguna como si fuese su madre, no se decide si ser hijo o ser hija, desde arriba viene como cascada, y luego se torna riachuelo, y luego, solamente se olvida e invade la intimidad de su madre
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Foto: Jessica Pesantez |
Parece complicidad todo cae en
dirección a la cara, dulce sabor a gotas de lluvia, y áspera neblina que tapa
dos majestuosas montanas ocultas en una división no muy comprensible de la
laguna, que se separa por un instante para reencontrarse en una orilla fangosa
y llena de algas,
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Foto: Jessica Pesantez |
que enruta a través del improvisado sendero de madera, hasta un árbol tan viejo y sin hojas pero con
tanta barba que de seguro Papa Noel lo visita antes de cada navidad, tenia
tantos líquenes blancuzcos que brindaban refugio y hacían juego con unos ojos blancos muy grandes tan grandes como
su pelaje, tan blancos como su lana, y ella tan blanca como la neblina de “El Cajas”, era una llama, aquella la que con
su mirada llama e incita a darse la vuelta y ver nuevamente a la laguna en toda
su majestuosidad y recordar la soledad del cerro pero a la vez la bondad que
tiene la naturaleza con ella, por lo que brinda una mezcla muy rara entre
arboles, plantas, animales, agua, rocas, el caminar de unos mamíferos y el
volar de unas aves, el sonido del agua, el silbido del viento y la calma del
silencio, todo aquello que se infiltra
en los sentidos alborotándolos hasta el punto de saber que se vio tanto pero no
lo suficiente, que se olfateo todo pero a la vez nada, que se saboreo nada pero
a la vez todo, que se toco mucho pero no demasia
do, que
es necesario regresar para entender la orgía de “La Toreadora”.
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Foto: Jessica Pesantez |
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Foto: Jessica Pesantez |