Mayorales, cholas y cholos cuencanos, gitanas, y un sin fin de gente revestida desfilan por la ciudad mostrando una gama de colores muy particular. Esta tradición se ha mantenido por 57 años después que haya sido iniciada por Rosa Palomeque en 1961. Ha crecido paulatinamente por casi seis décadas.
Rosa Palomeque encargó la tradición su hija Rosa Pulla quien ha sido la principal impulsora de la tradición. Después del fallecimiento de la misma, se entregó la imagen del Niño Viajero a su hija Carmela Llivipuma, quien otorgó la figura religiosa al Monasterio del Carmen de la Asunción, que organiza la pasada anual con padrinos.
Este año los asignados para el apadrinamiento fueron los representantes de la Tercera División del Ejército Tarqui. De bien combinado traje azul con rojo, firmes y muy concentrados custodiaban la imagen de ¨El Niño Viajero¨ al transcurso del gran desfile de trajes, comida, gente sedienta y apresurada, y de todo el gentío que mueve este acto de devoción cuencana.
Una tradición particular y la más grande pasada navideña del Ecuador. En las ultimas cuatro ediciones se han esperado la participación de entre 50 000 y 70 000 personas. Esta aglomeración de gente permite observar el otro lado de la tradición y la cuencanidad.
En la plaza de San Sebastián, espera la imagen de ¨El Niño¨, custodiado por dos miembros de la organización militar que apadrina la festividad. Bien vestido, lleno de flores y adornos ¨El Niño Viajero¨, está quieto observando a la multitud y recibiendo las plegarias de otros, que alcanzan a escurrirse y elevar sus alabanzas.
Se empieza bien, ya se ha recorrido un tramo considerable, la banda de música popular empieza a tocar, dos caballos se asustan, se ponen sobre dos patas alebrestados, arriba hay dos niñas ¨mayoralas¨, (personaje favorito y más colorido en El Pase de el Niño). La una es lanzada por la parte trasera. Un ciudadano intenta controlar a los animales, la misión se vuelve imposible. Las polleras de la niña quedan divididas, entre el caballo y ella.
Intervienen los guardias ciudadanos, uno toma a la niña antes que caiga al piso y evita que la situación sea peor. La niña acomoda sus polleras que se caen después de ser rescatada. Otros dos guardias y un hombre de camisa azul y sombrero estilo vaquero toman los caballos por sus sogas, mueven las rejas que están en las calles y se llevan a los asustados animales.
Se llenan las calles de gente, pero al mismo tiempo de basura, desorden. Pedazos de pan yacen junto a los tachos de basura ubicados por la EMAC, en cada cuadra de todo el recorrido.
Los comercios no están todos cerrados y aprovechan para entregar sus volantes publicitarios, ¡Mala idea! Todas terminan en el piso, que se mezclan con la orina y las heces de caballo, no solo provocando una mala imagen al centro histórico, sino además un olor nauseabundo.
La temperatura de la ciudad está variante entre los 17 y 24 grados Celsius. Los más cansados son los niños. No hay un sol fuerte y brillante en Cuenca. El cielo está mayormente nublado, el tramo agota a los más pequeños, quienes están somnolientos, con hambre y cansados.
Unos cuántos se han dormido sobre sus coches e incluso caballos. Los padres nada más vigilan que no se caigan.
La gente se empuja, por avanzar, se aglomera por recibir un vaso de Chicha de Jora. Pan y guineos son repartidos por los miembros del ejército y los priostes de la festividad.
Allí queda una gran cantidad de deshechos plásticos, fundas, restos de comida están amontonados en el piso, al parecer fue más cómodo dejarlos en esos lugares que levantar la tapa de los tachos de basura y depositar los desperdicios.
Los puntos favoritos para dejar la basura fueron las esquinas de los locales comerciales, y las ventanas. Vasos vacíos y llenos de bebida, formados como si fuesen solos a dirigirse a los tachos de basura esperan en los mármoles de las construcciones patrimoniales de la ciudad.
Uno que otro ciudadano levanta la tapa de los corpulentos botes de basura azules y negros, (separados para reciclables y compostables), que encadenados en las señales de tránsito esperan llenarse. Están casi vacíos.
Hay tanta cáscara de guineo en el piso que bien se podría lograr una considerable cantidad de humus para cultivo, pero no le importa a nadie, todo está en el rojizo suelo del centro histórico. Da la sensación que bastó ver una en una esquina para considerar que era el lugar perfecto para desechar.
Desde arriba de seguro la vista es mejor, pero también el avistamiento de la basura en la calle será mayor. La presencia de ellos es imposible obviar, de uniforme rojo, cuatro miembros del equipo, descansan sobre el carro del ¨Benemérito Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Cuenca¨, están parqueados la Calle Juan Montalvo, observando detenidamente toda la procesión.
Al frente desde los balcones, sonrientes y saludando con sus manos están los niños del ¨Hogar Miguel de León de las Hijas de la Caridad¨, casi nadie se percata de su presencia, están más concentrados en lo llamativo del evento.
Los niños se emocionan viendo tantos otros juntos, en caballos, revestidos, lanzando dulces y paseando ostentosos como sus padres por tradición se proponen para cada año.
Aparece el otro lado de la cuencanidad, la comparación.
Una madre se percata de los niños y los señala con el dedo mientras dice a su hijo, ¨mira ellos son huérfanos, no tienen familia, no tienen navidad, y vos teniendo todo te portas mal¨.
A lo largo del recorrido, miembros de la Cruz Roja, Asistentes de Paramédico, estudiantes de la misma rama, la Policía Nacional, Guardia Ciudadana observan y colaboran con la intención de mantener el orden.
El recorrido continúa. Cerca del parque central se observa mayor cantidad de deshechos, el comercio está más fluido, gente vendiendo espumillas, ceviches de balde, gelatinas, churros, y un sin fin de productos.
Los periódicos de circulación diaria en Cuenca, esperan en una esquina con los titulares refiriéndose a la jornada, las vendedoras miran fijamente el pase, mientras un pedazo de madera custodia los ejemplares.
Llenos de ornamentos, con una arquitectura impecable están los balcones de las casas patrimoniales, llenos de gente que se ha acomodado allí para ver ¨la pasada¨, jóvenes ríen, adultos observan fijamente, mujeres con copa en mano, unos cuántos revestidos están observando la pasada desde el segundo piso.
Montados en sus escobas y apegados a la pared de la Iglesia de El Cenáculo, están dos uniformados azules, esperan el momento para barrer mientras conversan y sonríen entre ellos. La Empresa Municipal de Aseo de Cuenca (EMAC), se encarga cada año de limpiar y recolectar la basura después de concluidas las pasadas autorizadas en la ciudad, entre ellas El Pase del Niño Viajero.
La religiosidad cuencana ha permitido que ¨El Pase de el Niño Viajero¨ continúe, así como la tradición, pero parece que la sociedad cuencana no ha evolucionado o crecido en los más de 50 años que se celebra este evento.
Desorden y suciedad por todo lado después de un acto religioso son contradictorios. Ojalá con el transcurso de los años se entienda que los tachos de basura son para usarlos. Que levantar una tapa para desechar los desperdicios no les tomará más de cinco segundos, tal cual hicieron pocas personas.
Así como crece la tradición en población, lo óptimo sería crecer como sociedad y que la misma religiosidad lleve a la conciencia social y entender que en situaciones como éstas se puede contribuir con el planeta, que está siendo desmembrado a destajos. Una vez logrado ello sería más enriquecedor ver este evento navideño sin tanta basura en las calles, veredas y parques.
Esperemos que en los años que siguen esta tradición que se hace cada vez más popular, siga siendo igual de colorida, pero por los trajes y no por toda la basura que los cuencanos en una segunda pasada dejan a los empleados de la EMAC.
Texto, fotografía y vídeo por Jessica Pesantez Berrezueta
Galería del pase del Niño en Flickr: Album del Pase de El Niño Viajero 2018. Cuenca, Ecuador
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