sábado, 26 de octubre de 2013

EL CAJAS, UNA ORGÍA DE LA NATURALEZA



Y estaba la playa de apenas unos tres o cuatro centímetros, tan pequeña que  resulta casi imposible percatarse de su existencia, y estaba el agua helada, y ella como en una de las conocidas “relaciones prohibidas” le hacía el amor a la arena que impávida solo esperaba la llegada de su amor, la ola tardaba menos de un segundo,  alrededor solo de testigos los arboles de papel,  eran como sus amantes y se sumergían en secreto en sus aguas con la esperanza de recibir un poco de esa pasión helada y un pequeño beso gélido, esta es la Toreadora una de las 235 lagunas del Cajas, ubicada a 33 kilómetros de la ciudad de Cuenca.
Foto: Jessica Pesantez

Foto: Jessica Pesantez
Caminar por su sendero no es nada más que un regalo de vida,   frío oxigeno invade los pulmones,  solo se respira olor a chuquiragua, frailejones;  el aire de los árboles de papel incitan a encender una fogata interna en lo más alto del farallón,  en donde de vuelo firme y un impactante color naranja en su cabeza, cuerpo y alas negras con unas puras plumas blancas, va a lo más alto, regresa por lo más bajo, surca la roca, abraza la paja, pasa en frente, mira y con un elegante desplante muestra su esbelta cola como pidiendo a los ajenos se marchen de su territorio. Es el aguilucho protegiendo lo suyo.

Foto: Internet

El piso lodoso tan negro como el alma de los condenados, esconde unos cuantos  campanarios, en cada planta entre cinco y seis flores rojas con amarillo acampanadas, que al parecer hoy no repicaran por el frío, el mismo viento helado  golpea  las escasas flores de “tauri” que se esconden en su color morado para disimular la mala pasada que les juega el clima. De seguro también caminan a la hipotermia, por eso el tono violeta y la presencia de pocas. Da la sensación que ya se acostumbraron a vivir en el lugar mas frío de Cuenca.

El sendero continua, dos árboles llenos de líquenes abren camino hacia el colchón mas tentador del mundo, por lo menos tres metros de musgo con un color amarillo verdoso llaman a recostarse y perderse en un sueño infinito, y a otros cuantos con sus pequeñas gotas de rocío que en realidad son las que impiden acomodarse en el, les incita a agacharse y beber de su agua, aquella a la que ese colchón de humedad abre sus brazos y es a la única que permite se le filtre hasta lo más profundo de sus raíces.
Foto: Jessica Pesantez
 
De seguro se enamoró y se quedó allí hasta congelarse en un encanto infinito, si justo allí aparece el “hada encantada” , ojos grandes y turquesas, cuerpo delgado con anillos negros y grises,  alas transparentes desplegadas, fea pero sobre todo bella, posada sobre un árbol seco de viejo pero no de sed, gotas de cristal firmes acarician el terciopelo de sus alas, parece que se ve a través de ellas la roca, los musgos, los líquenes y sobre todo el pasado, esa  niñez de “hadas mágicas”. 

Foto: Jessica Pesantez
.El ruido del agua que cae entre piedras advierte la presencia de una cascada,  atravesada por una especie de serpiente que resulta ser el tronco de un árbol de papel haciendo reverencia y humedeciendo  sus hojas para que no pierdan su verdor. Cristalina, espumosa y presurosa corre a su destino final, ser parte de “La Toredaora”,  cae desde la roca, y pocos metros antes de abrazar  la laguna como si fuese su madre, no se decide si ser hijo o ser hija, desde arriba viene como cascada, y luego se torna riachuelo, y luego,  solamente  se olvida e invade la intimidad de su madre
Foto: Jessica Pesantez


Parece complicidad todo cae en dirección a la cara, dulce sabor a gotas de lluvia, y áspera neblina que tapa dos majestuosas montanas ocultas en una división no muy comprensible de la laguna, que se separa por un instante para reencontrarse en una orilla fangosa y llena de algas,
Foto: Jessica Pesantez
que enruta a través del improvisado sendero de madera,  hasta un árbol tan viejo y sin hojas pero con tanta barba que de seguro Papa Noel lo visita antes de cada navidad, tenia tantos líquenes blancuzcos que brindaban refugio y hacían juego con  unos ojos blancos muy grandes tan grandes como su pelaje, tan blancos como su lana, y ella tan blanca como la neblina de  “El Cajas”, era una llama, aquella la que con su mirada llama e incita a darse la vuelta y ver nuevamente a la laguna en toda su majestuosidad y recordar la soledad del cerro pero a la vez la bondad que tiene la naturaleza con ella, por lo que brinda una mezcla muy rara entre arboles, plantas, animales, agua, rocas, el caminar de unos mamíferos y el volar de unas aves, el sonido del agua, el silbido del viento y la calma del silencio,  todo aquello que se infiltra en los sentidos alborotándolos hasta el punto de saber que se vio tanto pero no lo suficiente, que se olfateo todo pero a la vez nada, que se saboreo nada pero a la vez todo, que se toco mucho pero no demasiado, que es necesario regresar para entender la orgía de “La Toreadora”.
Foto: Jessica Pesantez

Foto: Jessica Pesantez